jueves, 1 de febrero de 2024

INTERVENCIÓN MILITAR, UN SUEÑO RECURRENTE EN LA CULTURA CHILENA


Escrito por: A PASO FIRME


    Nuestras fuerzas armadas se encuentran profundamente arraigadas en el corazón de la sociedad chilena, tanto es así que para el caso de una de las tres ramas militares existentes al día de hoy, el ejército es incluso anterior a la formación de la nación; en efecto, es el propio Estado Mayor del Ejército que sitúa su creación en el año 1603 en lo que se considera el nacimiento oficial, cuando el gobernador Alonso de Ribera y Zambrano creó el "Ejército permanente del reino de Chile", el  primero en Hispanoamérica.

    De lo anterior, se desprende lo que se podría considerar una fusión natural de lo que conocemos como raza chilena con el Ejército desde el inicio de los tiempos de la Colonia, son los mismos historiadores militares quiénes reconocen que la raza chilena surgió a partir de la mezcla de sangre araucana con la sangre de los conquistadores y otros encomenderos españoles.

    Nuestra identidad nacional se cruza permanentemente a lo largo de la historia con las instituciones castrenses, insisto, en particular con el Ejército de Chile, en todo aquello que ha significado su participación para preservar la unidad nacional, más allá de las intervenciones que la historia les ha puesto por delante y por las que han tenido que ser actores relevantes en el curso y desarrollo de nuestra existencia como nación.

    Desde el inicio, primero con la propuesta de Alonso de Ribera, en tiempos del Rey Felipe III con la propuesta del Ejército permanente del reino de Chile hasta Carlos II en 1768, cuando el Ejército de Chile se diferenció profundamente de otros Ejércitos al consagrar la "Ordenanza de su Majestad para el régimen y disciplina y servicio de sus ejércitos", una disposición que sería clave y sirvió de base para defender la independencia proclamada en 1810.

    En consecuencia, considero relevante haber resumido en pocas líneas la importancia de una institución como el Ejército de Chile, a efectos de intentar explicar este sueño recurrente en la cultura chilena y, que dice relación con la intervención militar en tiempos de crisis como la experimentamos hoy.

    Las misiones de estas fuerzas militares siempre han existido para preservar nuestra soberanía y para apaciguar ánimos en tiempos convulsos, lo fue con la repoblación de pueblos y fuertes al sur del Biobío, en lo que históricamente se conoce como la pacificación de la Araucanía, lo fue más tarde con conflictos internacionales para evitar la implementación del denominado proyecto absolutista español, en tiempos de las guerras napoleónicas, donde España dejó literalmente abandonadas a las colonias y expuestas a una invasión extranjera, el proceso avanzó ya para 1804 con la criollización y autonomía del Ejército como respuesta a la Real Orden que informaba a los vasallos chilenos de que, en caso de una invasión extranjera, la colonia tendría que defenderse con sus propios medios, sin esperar ayuda de la península y ni siquiera del virrey limeño, prosiguió luego de instalada la primera junta nacional de gobierno en 1810, ya con un porcentaje importante, sobre el 67%, de oficiales nacidos durante la colonia en Chile, es así como se inician las primeras campañas libertadoras, primero la encargada de liberar al Perú y la segunda contra la Confederación Perú-Boliviana en 1836, en tiempos del presidente General José Joaquín Prieto y el ministro de guerra Diego Portales, de quién su ideal principal define al orden como un valor de máxima relevancia, a la vez que de su mano llega una función primordial para el Ejército como lo fue ejercer el tutelaje político, situación que tendría fuerte impacto en décadas posteriores.

    En nuestra historia descansan los esfuerzos del General O'Higgins, crucial su participación para nuestro proceso de independencia y Ramón Freire, director supremo y presidente de Chile, quién pese a estar en oposición a O'Higgins, la historia le atribuye la consolidación de la independencia con la conquista de Chiloé en 1826, así es la forma en que se va escribiendo nuestra historia, de la mano de nuestro glorioso Ejército.

    Fue Diego Portales quién le otorgó al Ejército un rol fundamental en la lucha por la expansión territorial y la soberanía, convirtiéndolo en el pilar del orden político e institucional, fue Portales también quién impulsó un concepto desconocido para la época como lo era el de Ejército Nacional, concepto angular que descansaba sobre la idea de orden y estabilidad republicana.

    Basta de hazañas, vamos a los hechos sobre los cuáles en el orden interno de la nación, nuestro Ejército ha jugado siempre un rol clave y decisivo como lo fue la guerra civil de 1891, durante el mandato del presidente José Manuel Balmaceda, las disputas y tensiones entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo derivaron en guerra civil, se clausura el congreso, mueren alrededor de 4.000 chilenos, incluso se ordenó disolver el Ejército respecto de aquellos que eran partidarios de Balmaceda, aquí las fuerzas se dividieron de tal forma que la Armada al mando del Capitán de navío Jorge Montt se abanderizaron con los congresistas, sumados a ellos algunos oficiales del Ejército, se desarrollaron cruentas guerras internas en prácticamente todo el país, el acontecimiento remeció profundamente todo el tejido social, generando con ello consecuencias políticas, económicas, sociales y culturales; independiente del origen del conflicto, lo relevante es que la intervención militar ahí estuvo nuevamente.

    El conflicto anterior, en contexto de guerra civil generó graves fracturas internas en nuestro país, lo que dio paso a un período de resentimiento hacia el Ejército, situación que tendría como consecuencia lo ocurrido en el período 1924-25, ya alejados de las victorias de la guerra del pacífico, la sociedad civil había tomado cierta distancia de las fuerzas armadas en sectores altos y medios de la sociedad, la materialización de las reformas militares llevadas adelante por el Coronel Alemán Emil Körner, quién había sido contratado años antes por Balmaceda como instructor para la instrucción y profesionalización de oficiales y mejorar la formación militar de las tropas bajo la doctrina prusiana, trajo consecuencias porque hubo una incorporación importante de sectores de clase media en las filas del Ejército y ya no era patrimonio exclusivo de una élite social que la conformaba, hubo además un declive en la situación económica y moral de la institución, sumado a un evidente intento de politizar e instrumentalizar al Ejército por parte de sectores políticos. Recordado fue el ruido de sables en las graderías del Congreso para conseguir mejoras solicitadas a viva voz por parte de oficiales, lo que derivó en la aprobación de leyes impulsadas por militares y el presidente Arturo Alessandri, postergadas ya por 4 años en comisiones del congreso. Lo cierto es que el conflicto de 1924-25 derivó en una nueva constitución para Chile, una constitución redactada bajo el mandato del presidente Alessandri, pero puesta en marcha durante el gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo, donde expresamente se volvía a dejar en claro en su articulado, la obediencia y no deliberación de los cuerpos armados, esa constitución nos acompañaría hasta 1973 y sería reemplazada en 1980 por la encargada a la comisión Ortúzar por la junta de gobierno al mando del Capitán General Augusto Pinochet. 

    En resumen, las constituciones de 1828, 1833, 1925 y la de 1980 y, tal como lo reconocen los propios historiadores militares, en todas ellas, el Ejército ha tenido un rol trascendental en la historia constitucional de nuestra nación; prácticamente todos los proyectos constitucionales y las constituciones se han dictado por el Ejército. 

    ¿Por qué he querido rescatar esta historia de proyectos constitucionales históricos ligados a nuestras fuerzas armadas?, porque no hay espacio para la duda respecto del evidente aporte y positiva intervención que, desde su origen recordado allá en 1603, los cuerpos armados han tenido y por lo que han luchado permanentemente en beneficio de la preservación de nuestra soberanía, el orden y la independencia de nuestra nación.

    ¿Cómo empalma entonces la historia militar con el presente político, social, económico y de soberanía que afecta a nuestra nación?, sencillo y difícil de explicar al mismo tiempo, sencillo resulta pedir que las fuerzas armadas intervengan ante lo que se evidencia como un desastre en cada uno de los puntos de la pregunta anterior, sencillo si consideramos que el desmoronamiento viene ocurriendo al menos desde la década de 2010 en adelante, difícil es también al mismo tiempo, porque a diferencia de lo que nos ha revelado la historia, hoy, más allá del manifiesto desastre en términos de administración política, no hay hambre generalizada, no hay gente volcada en las calles en cantidades suficientes demandando el término de esta situación, no hay una resolución del Poder Legislativo y/o del Poder Judicial que contengan una declaración abierta de desobediencia del Ejecutivo respecto de respetar sentencias o promulgar leyes, tampoco hay por parte de la Contraloría General de la República una denuncia que signifique una vulneración sistemática de disposiciones reguladas, no hay control de precios, no hay juntas de abastecimiento, no hay reparto de vales para vestimenta y/o alimentos, objetivamente no hay nada que haya emanado de algún Poder del Estado, institución contralora o reguladora que indique que estamos en presencia de un Estado fallido, no hay expropiaciones que se puedan considerar como ilegales o arbitrarias por parte del Estado; lo que sí hay, y muchas, son denuncias, todas hasta ahora insustanciales, que no permiten configurar una vulneración y/o abandono de deberes sistemático por parte del Poder Ejecutivo, ni siquiera hemos podido demostrar la inhabilidad mental del presidente como resultado de su condición psiquiátrica. Lo que advierto es un deterioro progresivo de la gobernanza, no hay duda de aquello, pero estimo que esos problemas se resuelven con más democracia, más responsabilidades y no poniendo el énfasis en los derechos, al fin y al cabo, fue con responsabilidad en todo sentido que sacamos adelante a nuestra nación del pantano de la pobreza y la miseria que nos asolaba hasta fines de los años 70's.  Lo que también advierto que hay, a mi juicio, es un contubernio peligroso de la clase política y que no se había advertido en ninguno de los conflictos internos de nuestra historia de la forma que hoy experimentamos, existe evidencia dispersa, pero que debe ser reunida y dispuesta con pruebas irrefutables para sostener que estamos frente a un amancebamiento político, una configuración muy particular de fuerzas internas y externas que sugieren un plan estructurado por décadas para desestabilizarnos política, económica, social, cultural y valóricamente; la evidente intervención de Naciones Unidas en Chile a través de diversas organizaciones dependientes de ella como ACNUR por citar sólo 1 ejemplo, sumado a organizaciones como el Servicio Jesuita Migrante, ambas con planes e intenciones evidentes de convertirnos en refugio para cualquiera, sin discriminar su condición en términos políticos o situación judicial de origen, son riesgos que hemos mal asumido y enfrentado, todo ello ha configurado un tóxico cóctel que nos hemos venido sirviendo desde hace ya más de 1 década, los resultados de una nula política de migración ordenada que haga frente de forma positivamente colaborativa para enfrentar el envejecimiento de nuestra población, son cosas que están pendientes; haber permitido que en 1997 el presidente Eduardo Frei suscribiera la convención de Ottawa y que luego el presidente Ricardo Lagos depositara el documento de ratificación en 2001 para desminar nuestra frontera norte, aquello fue a mi juicio un error geopolítico grave; todo lo anterior, todas esas decisiones con mirada cortoplacista, sin perspectiva de futuro que signifiquen asegurar nuestra soberanía e independencia nos han jugado en contra, eso quizás lo podemos inferir a partir de la ruidosa, inconclusa, pero aun en curso, revolución iniciada el 18 de octubre de 2019, pero inferirlo no es suficiente, necesitamos demostrarlo y probarlo, demostrar y probar la intervención extranjera que hubo y aún existe, llevar todos los antecedentes a un plano donde resulte irrefutable la evidencia, si es que nuestro ánimo fuera restablecer el orden subvertido a través de los canales democráticos de que dispone nuestra constitución y, ahí es justamente donde reside el problema, cómo hacerlo con una casta política que en gran medida y cantidad ha demostrado ser altamente permeable a la corrupción, que se presenta licenciosa, preocupada y ocupada de sus inmerecidos privilegios, ocupada de defender sus cuotas de poder como señores feudales en tiempos de feudos medievales, una clase política que es definitivamente indolente y a la vez indiferente frente a la evidencia objetiva respecto del deterioro del funcionamiento del Estado para los fines más básicos que le asisten como lo son la seguridad interior, la justicia, la salud y la educación; si limitáramos el rol del Estado sólo a esos 4 ámbitos, ninguno de ellos alcanza mínimos aceptables para la convivencia democrática que signifique estabilidad y certezas para el desarrollo de las actividades normales. 

    ¿Cómo probamos la ocurrencia de un Estado fallido?, para ello sería bueno adentrarnos un poco en su definición y tener cuidado de las palabras a emplear, porque podríamos caer en la tentación de definir a un Estado como fallido, por ejemplo, en aquel donde no hay un gobierno efectivo y por el contrario se le considera un Estado en plenitud de facultades a aquel donde se concentra todo el poder e impera una dictadura. Un Estado es exitoso si mantiene el monopolio en el uso legítimo de la fuerza dentro de sus fronteras, cuando ello deja de ocurrir y se evidencia una presencia dominante de milicias o terroristas, entonces podríamos comenzar a pensar en un Estado fallido. El término fallido también podría ser válido si el Estado se ha vuelto ineficaz, en el sentido de que teniendo fuerzas militares y policiales, no tiene control sobre su territorio y estos grupos son una amenaza desafiante a la autoridad del Estado, de forma que con ello se impida la aplicación de leyes, también lo es si hay ineficacia judicial, una burocracia impenetrable, una corrupción extrema, un extenso mercado negro y/o informal, pero, si se estaba animando porque percibe que se configuran muchas condiciones para definir un Estado Fallido, lamentablemente para las pretensiones de algunos, también es fallido si ocurre una interferencia o intervención militar en asuntos políticos, en resumen, ¿Cambiamos o utilizamos sólo los argumentos que nos parecen válidos para las pretensiones?.

    Tenemos en definitiva el diagnóstico, conocemos la enfermedad, experimentamos sus manifestaciones, pero carecemos del tratamiento, no tenemos el antídoto para curarnos, o quizás conocemos el tratamiento, lo tenemos pero cerramos primero los ojos ante el horror que significaría reconocer que debemos repetir nuevamente nuestra historia, aquella que habla de una intervención militar, un sueño recurrente en la cultura chilena, puede ser, puede que la salida no sea a través del diálogo, pero me vuelvo a preguntar si realmente queremos dialogar, si realmente el diálogo existe como opción viable, si tenemos en quién confiar para llevar adelante un diálogo fructífero, si realmente queremos una salida pacífica a este tormento o correremos de prisa hacia la medida de shock para evitar que el paciente muera, extirpar a riesgo de muerte este cáncer que con sus habitantes de turno, carcome desde los cimientos a nuestras instituciones, que tal como un ejército de termitas nos devora desde dentro, donde en cualquier momento todo se desmorona en la forma de una guerra civil.

    Todo lo anterior es posible, los hechos se van sucediendo día a día, el deterioro es progresivo, la decadencia ética, moral y valórica tocó hace rato a nuestra puerta, pero resulta parecer que esa advertencia ha pasado desapercibida, hemos estado lo suficientemente imbuidos en nuestro mundo personal, profesional y familiar, transitamos con un dolor sordo a cuestas, aislados, indiferentes, apáticos, más preocupados de resguardar lo material que lo valórico, olvidando que lo relevante y que da sustento a la materialidad es la espiritualidad, la verdadera solidaridad y empatía de reconocer que en gran medida, lo que le pasa al vecino también me afecta, lo que sucede en la comuna vecina también me afecta, lo que sucede en la región vecina también me afecta, en suma reconocernos como parte activa y orgánica de un todo donde si un componente falla, fallamos todos.

    Leo frecuentemente emplazamientos hacia los comandantes en jefe de las fuerzas armadas y no exclusivamente hacia ellos, también respecto de otros oficiales activos y en retiro, emplazamientos groseros, pusilánimes y cobardes que intentan con sus palabras, empujarlos a actuar, a través del uso del lenguaje vulgar, tratándolos de cobardes, crean y distribuyen imágenes donde aparecen al lado de gallinas y maíz, los comparten en sus redes sociales con arengas pseudo patriotas, es probable que esos individuos ni siquiera hayan realizado su servicio militar, otros, que seguramente nacieron años o en décadas posteriores al pronunciamiento, nos advierten que no tienen por qué hacerse cargo del pasado, ellos demandan una intervención urgente, vaya casta de patriotas que han mal parido las redes sociales, vaya casta de patrioteros de teclado que muchas veces escondidos en falsos y/o anónimos perfiles exigen, demandan que las fuerzas armadas se hagan cargo del desastre de nuestro país, casi como si desearan que ocurriera por el sólo gusto de querer ver arder todo, algunos afirman por esas mismas redes sociales estar dispuestos a dar la vida si fuera necesario, pero no asisten a llamado alguno que signifique manifestarse en la calle, por miedo a que les vaya a llegar algún tipo de proyectil y los deje peor de lo que ya están. "El miedo es natural en el prudente y, el saberlo vencer es ser valiente", escribió Alonso de Ercilla. 

    Sugiero que una intervención militar, como parte de un sueño recurrente en la cultura chilena no es la solución en esta pasada de la historia, no al menos con las condiciones actuales, no en la condición limitante que han puesto a las fuerzas de orden y seguridad, a las cuáles les han atado las manos con reglas sobre uso de la fuerza que son inaplicables frente a quienes amparados en un sistema judicial garantista, terminan teniendo más derechos que los ciudadanos decentes, no es posible con un alto mando de Carabineros que todo indica tiene instrucciones de aplicar medidas disciplinarias que van en contra del derecho más elemental en materia de justicia, como lo es la presunción de inocencia, al primer error son dados de baja, abandonados por la institución que se supone los ampara para prestar su servicio a la patria y los entrega a un sistema donde deben costearse ellos mismos su defensa y con ello enfrentar a fiscales implacables en defender derechos de delincuentes, ignorando en muchos casos evidencias clave para la defensa del afectado, tampoco es posible con las nulas garantías que puede otorgar un régimen que tiene un profundo complejo con el pasado reciente de las fuerzas armadas, no con una generación de políticos que aún se alimenta del odio y sed de venganza, no con un Poder Judicial repleto de jueces y ministros prevaricadores, que lejos de buscar la verdad para aplicar justicia, lo que hacen es perseguir a aquellos que enfrentados al contexto de la época nos salvaron de que nuestra nación formara parte de la bota comunista que nos sumiría en una nueva Cuba, no es posible tampoco con la actual conformación del Tribunal Constitucional que ha demostrado ser funcional al régimen imperante, tampoco es posible hacerlo con un Consejo de Defensa del Estado, donde a la hora de indemnizar delincuentes presentan escritos pobres para perder a propósito y con ello literalmente vaciar las arcas, pero que a la hora de enfrentarse a un requerimiento de un particular realmente afectado por la delincuencia o el terrorismo, los escritos son contundentes para con ello resguardar las arcas fiscales y negar toda reparación económica; en definitiva, no lo considero viable sin antes ejercer y agotar los recursos que están disponibles en nuestra constitución y que existen para ser utilizados sin cálculos políticos mezquinos y miopes, veo necesario volver a insistir que no existe ninguna voluntad ni coraje disponible por parte de una casta política, ella que se supone existe para representarnos y por lo cual hemos endosado un mandato que tampoco hemos sabido revocarlo de forma eficiente y ejemplificadora, una casta política que por una parte juega a preservar el poder y por otra juega al error del adversario para alternarse, una casta que apuesta al deterioro máximo de la situación país para luego aparecer como alternativa y solución a lo imperante, todas esas ideas forman más bien parte del cálculo político que es ajeno a los intereses y deseos de la población, el pueblo, el soberano; vale la pena entonces preguntarse, si las fuerzas armadas intervinieran, ¿A quién entregarán el poder?, ¿Quién tiene hoy la estatura suficiente, quién encarna el coraje y genera la suficiente adherencia transversal para no terminar cayendo en una espiral aún peor?. La anomia que experimentamos es a mi juicio autoprovocada, estimo que nosotros nos la hemos inoculado por décadas y ahora no sabemos cómo hacerle frente o quizás sabemos, pero no queremos asumir la responsabilidad. Seguir pensando que la solución la tiene otro y no verlo en primera persona, es a mi juicio un error, es esperar ingenuamente que surja de algún lugar la salvación, el iluminado, el redentor que nos devuelva lo que consideramos nos ha sido arrebatado; si no somos capaces de salir de nuestra zona de confort, nada cambiará, si no arriesgamos, no podemos ganar. Jugar ese juego en tercera persona nos convierte en cómplices, no en víctimas y, persistir con la idea de una intervención militar, como sueño recurrente, pasa a ser, a mi juicio, una idea insostenible.

Recuerde que, cuando se ausenta la paz, se lleva consigo el pan.

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