sábado, 29 de marzo de 2025

Los bufones de las redes y los enanos intelectuales: Cáncer en la pseudo política chilena.

 

Escrito por: A PASO FIRME


Vivimos tiempos en los que el debate político ha sido secuestrado por una horda de bufones de las redes y patrioteros de teclado que, en lugar de combatir al verdadero adversario, prefieren ensañarse con su propia trinchera. Son los enanos intelectuales de la política, aquellos que, incapaces de construir, se dedican a dinamitar desde adentro, creyendo que su mezquindad es sinónimo de lucidez.

Las redes sociales han dado voz a muchos, y eso no es un problema per se. El problema es que han amplificado la voz de quienes, desde la cobardía del anonimato o la osadía de la ignorancia pública, han convertido la política en una competencia de a ver quién destruye más rápido lo que otros intentan edificar. Son los francotiradores de la nada, los que disparan contra sus propios aliados en nombre de una pureza ideológica que no resiste el menor análisis.

El patriota de teclado es ese personaje que, con la furia de un león tras una pantalla, exige pureza doctrinaria absoluta, pero en la vida real es incapaz de organizar algo más complejo que un grupo de WhatsApp. Son los inquisidores de la ortodoxia política, los que exigen pruebas de fidelidad constante, siempre con el dedo acusador listo para señalar traidores donde solo hay matices o estrategias distintas. No combaten al enemigo real porque eso requiere esfuerzo, conocimiento y coraje; prefieren desangrar a los suyos, debilitando cualquier posibilidad de victoria.

Luego están los bufones de las redes, esos que creen que la política se gana con memes y chistes baratos, que confunden el activismo con el espectáculo mediático y que se especializan en generar escándalos efímeros para el aplauso fácil de una audiencia que, en el fondo, no los toma en serio. Su daño es doble: por un lado, convierten el debate en una caricatura; por otro, hacen creer a sus seguidores que la política es solo espectáculo y no estrategia, trabajo y sacrificio.

Y no podemos olvidar a los enanos intelectuales, esos personajes que, a pesar de tener voz y presencia, no aportan nada más que frases altisonantes y consignas vacías. Son los que, desde su mediocridad, atacan a quienes realmente están construyendo algo, no porque tengan mejores ideas, sino porque su irrelevancia les obliga a hacerse notar de algún modo.

Luego están las tribus de ideólogos y panfleteros, pequeños feudos dentro del mismo sector político que, en lugar de fortalecer la causa común, la fracturan aún más. Son sectas de pensamiento rígido que rechazan cualquier disidencia, convencidos de que su visión es la única válida. Entre el dogmatismo de unos y la simpleza propagandística de otros, estos grupos terminan convirtiendo la lucha política en un ejercicio de autodestrucción, donde la dudosa lealtad es más importante que la efectividad y el ruido se impone sobre la razón.

Pero si hay una categoría que merece un desprecio especial, es la de los tahúres de la política. Son los apostadores compulsivos del destino nacional, esos personajes que no hacen política, sino que juegan a la ruleta con ella. Se alimentan de predicciones grandilocuentes, asegurando con aire de certeza que tal candidato ya está muerto, que tal movimiento es imparable, que este o aquel error es el golpe final. No hacen campaña, no construyen proyectos, no pelean batallas: solo se sientan en la tribuna a lanzar profecías de salón como si la política fuera un casino en el que solo ellos saben contar cartas. Cuando aciertan, se pavonean como si fueran oráculos infalibles; cuando fallan, se escabullen con el mismo cinismo con el que juegan a la adivinanza. Su existencia es un veneno para cualquier causa seria, porque promueven la pasividad, el fatalismo y el derrotismo entre quienes deberían estar luchando en lugar de especulando.

Mientras tanto, el adversario real observa y sonríe. No necesita esforzarse demasiado porque sabe que la autodestrucción viene desde dentro. Divide y vencerás, una estrategia que estos pseudoactivistas aplican sin darse cuenta de que están cavando su propia tumba. O quizás sí se den cuenta, pero les importa más su ego que el verdadero propósito de la lucha política.

Si la política quiere sobrevivir al siglo XXI, debe librarse de estos lastres. Se necesita menos ruido y más acción, menos puristas de la derrota y más estrategas de la victoria. Mientras los bufones de las redes, los patrioteros de teclado, los enanos intelectuales y los tahúres de la política sigan dominando el debate, la política seguirá siendo un espectáculo triste donde los únicos que ganan son los que jamás se ensucian las manos.

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